domingo, 7 de agosto de 2011

Sumertime


El oso verde estampado y luminoso de una de las torres kio lleva dos días apagado. Puedo verlo desde mi ventana, también amaneceres rojos y atardeceres de nubes de pegatina. Durante el mes de agosto, Madrid está echado en siesta, como dicen los extremeños. Mi extremeña favorita lleva quince días perdida en Etiopía y hoy es uno de esos domingos en los que me repatea no ser capaz de retener un número, el día de su vuelta, me lo dijo en varias ocasiones.

Echar de menos es bonito, lo certifico. Me gusta tener la oportunidad de hacerlo, sino quizá no pudiese entender  más de la mitad de las canciones de amor. Tampoco disfrutaría de discutir con mi hermano, de volver a ser esa víbora visceral.

Quiero terminar de leer un libro de Juan José Millas mientras Madrid continúa con su tráfico intermitente. Ahora que estamos solas Gala y yo, la ventana abierta, las decenas de latinos convirtiendo la plaza de tetúan en un foro romano. Me tapono los oídos con música extraña, una que nunca he querido escuchar, pero que suena bien. Dejo a mi pensamiento llevarme de la mano, sin indicarme el camino, como un sueño, un ronquido  de momento desconocido.

Siempre hablando de poesía, tirando flores, pisando espinas, oliendo una piedra, qué idiotez de vida. Nos emborrachamos, fumamos hasta ver en amarillo, discutimos pensando lo mismo. Este fin de semana le he puesto voz y besos a la fotografía. He visto el ministerio del interior custodiado por 16 furgones de la policía, pensando que lo que esta revolución necesita son más fotógrafos con cojones.

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