lunes, 4 de julio de 2011

Cementery InTro

Tengo empatía hacia los cementerios. 
Lugar de nadie y mío, 
donde nos enredamos en esperas 
que después recordamos
como las más grises y vivas
del puto camino.

En los cementerios las personas hablan mudas, lloran con las manos, se consuelan contra el mármol, besan la tierra, abandonan flores, sacuden el polvo... 


Localización perfecta para dejar actuar a enterradores bizcos, nueras que de imprevisto se tropiezan y caen dentro de la tumba de su suegra. Jóvenes que se besan por primera vez sentados en tumbas, de espaldas a la tapia, que los niños en largas noches de verano apuestan por saltar. 



El cementerio más misterioso que conozco está en una aldea de Galizia, lugar reservado para un silencio acompañado por el murmullo del río. Allí soportan el tiempo la madera, la piedra, el metal y las viudas viendo pasar los años con el paraguas en la mano. Muy cerca del cementerio está la casa más grande del pueblo, donde vivía el médico, una casa pintada de color amarillo, con embarcadero y esculturas de metal plantadas en el jardín. 



No sé si lo más impresionante es el puente de la edad media que descansa fuerte a los dos lados del río, la iglesia desnuda que sólo conserva el campanario, el color del musgo atrapado en la piedra, el olor a tierra viva o los reflejos que los charcos pintan en la calzada. 

Todas ellas piezas de un mural que ha sobrevivido a generaciones enteras que ansían encontrar un lugar idóneo donde caer muertos. Un lugar especial, bonito, cursi como esparcir las cenizas en el océano. 

Y que más da, se preguntan muchos, si llegados a ese punto el dolor ajeno nos aparta de la vida de inmediato.


Somos un trozo de carne dura, con los ojos perdidos y apagados en alguna parte de nuestro cráneo. En una primera instancia, el recuerdo será insoportable y sólo después de largos suspiros, paseos y noches, nuestra imagen quedará estática como una fotografía. Tan estática como de plástico, sin forma ni esencia para los que nos quieren, y será allí, en algún cementerio familiar donde más cerca nos podremos sentir de un último recuerdo de vida y un primer recuerdo de muerte. 



Pero la muerte también llega en otros ámbitos de la vida. 

El amor muere o se muere de amor, mueren las amistades, las ilusiones, las sonrisas, los planes y sobre todo el tiempo. Cada segundo muere por la fuerza del siguiente y así...tic, tac, vemos morir un rayo, una lágrima, un  orgasmo, un último trago. 

Por fortuna, nuestras letras nos sobrevivirán, continuarán fluyendo siempre y cuando quede alguien para leernos. Ha muerto el tiempo en el que creía que el blog era un horno donde encerrar las palabras, un espacio donde la materia se calienta, coge la temperatura justa para ser en un sabroso manjar que saborear, como un libro. Llevo tiempo peleándome con el horno y haciéndole competir con el microondas, así he permanecido durante los últimos años, testando, descubriendo nuevos sabores y diferentes formas de hornear, pero ahora ha nacido un tiempo diferente, con la misma melodía del tic tac.  

Ahora ya no quiero cocinar más, porque igual que la materia, los sentimientos también necesitan caer en alguna parte una vez que han muerto. Y sí, es aquí.

Y por qué no, nadie te obliga a leerme, esta relación será muy estrecha. Tanto que podrás pensar que soy una versión desmejorada del existencialismo de Sarah Jessica Parker en Sex in the city. Pero...aquí se ha escarbado en la tierra para plantar historias más románticas que frívolas, se mire con la óptica que se mire, para cuestionar situaciones, pensamientos, deseos y formas de convivencia. 

Llevo 28 años experimentando la vida con una intensidad que se fuma la confianza de todos mis oyentes. Me acusan de inestable, inviable para el compromiso, inmadura, sencillamente aburrida. La realidad es que puede que lo sea, pero no festejaré proyectar esa imagen en los demás...simplemente, les invitaré a conocer lo que estoy dispuesta a plantar en este jardín, que hoy ha quedado inaugurado y que a riesgo de secar flores, tiempos y cipreses se llama Men's Rip. También puedes llamarlo cementerio.

1 comentario:

  1. Tienes razón cuando argumentas (en implícito) que los sentimientos son seres (entes) que nacen y mueren. Pero, de los muertos, se genera el humus donde han de nacer otros nuevos. Nadie que elige no morir, nace algún día.

    Me parecen geniales las metáforas del horno/blog y lo de enterradores bizcos y nueras que caen en las tumbas de la suegras.

    Tengo una identidad absoluta con lo que llamas tic-tac, la plena consciencia del tiempo, del nuestro, la necesidad de vivirlo a cada segundo.

    Saludos, amiga.

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